Desde pequeña me ha gustado mucho dibujar. Dibujaba paisajes, animales, flores… me entretenía durante largos ratos, y me encantaba. Creo que es algo que me viene de mi mamá. Recuerdo que en mi adolescencia ya no dibujaba, tenía otros intereses. Sin embargo, en ocasiones me apetecía expresar lo que tenía dentro, que nadie más sabía, porque a nadie se lo contaba.
En clase dibujaba un corazón roto, machacado, aun lo conservo entre mis cosas. Este corazón estaba en una celda oscura, y aunque había una pequeña ventana con barrotes en lo más alto, apenas pasaba la luz. El corazón tenía muchas heridas, grietas, le había clavado algún puñal, alguna flecha, tenía alambre de espinos, cortes, estaba envuelto con cadenas y un pesado candado, tenía heridas, golpes y sangraba… Yo pensaba que ese corazón iba a estar toda la vida atrapado, a oscuras, muriendo lentamente desangrado, con dolor y angustiado. Era horroroso.
Después de un tiempo ya no me sentí nunca más así. Vino Alguien a dar vida a ese corazón moribundo. El dibujo cambió. En el anterior no había colores, solo los grises de un lápiz. En el nuevo dibujo los colores eran vivos y vibrantes. El corazón era rojo, ya no estaba “chafado” sino “rellenito”, “saludable”, con vida… Tenía algunas vendas y tiritas porque estaba en proceso de recuperación. Las heridas habían sido cerradas y estaban cicatrizando, ya no sangraba más. El corazón ya no estaba en esa oscuridad tenebrosa, sino rodeado por un resplandor de alegría y, además, le añadí una pequeña coronita en la parte superior. Sé que es una imagen un poco infantil, pero en ese momento no supe expresar mejor lo que estaba experimentando en mi interior.
Hoy mi profesión es el trabajo social. Me gusta mucho. De hecho, en esa etapa oscura de mi vida tuve profesionales de esta índole intentando ayudarme de la mejor forma que supieron, en medio de mi situación de delincuencia juvenil. Creo que estas profesiones son necesarias, pero a la vez limitadas. Hay un punto donde ya no puedes llegar, traumas, experiencias y tendencias destructivas se dan por hecho que te condicionarán toda la vida, aunque hay métodos para conseguir llevarlos lo mejor posible.
Sin embargo, a mi vida sí llegó Alguien que a pesar de que no le contara mi situación, la conocía. Conocía desde la tragedia más dolorosa de mi vida a la espinita más superficial y reciente.
Es gracias a Él que hoy tengo un nuevo corazón. Es gracias a Él que mis propios gigantes del carácter que me dominaban con fuerza –rebeldía, egoísmo, desenfreno, angustias, temores, rencores, envidias, depresiones y un largo etcétera- han sido derrotados uno a uno, y si alguno vuelve a asomar la cabeza, hoy lo puedo vencer.
Es Él el que en medio de tu propio valle de oscuridad te hace vivir seguro, porque Él es más grande y más fuerte que todo aquello que te quiere y puede aplastar.
Ese Alguien es Jesús.
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