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Sharon Mera

Carrera


Siempre he sido alguien a la que le gusta mucho el deporte. Desde muy pequeña he estado involucrada de una manera u otra en este "mundo". Mis primeros recuerdos fueron cuando íbamos a ver jugar al fútbol a mi padre, en la escuela estaba apuntada en el equipo de fútbol, con mis primos siempre jugaba a todo lo que fuera de correr, saltar… Me apuntaba a las actividades deportivas de la escuela, y siempre o casi siempre ganaba. La competición y la competitividad siempre estuvieron ligadas a mí. Si perdía en algo lo pasaba fatal porque me frustraba e incluso me enfurecía, quería ser siempre la mejor. Me esforzaba para ser la mejor en bicicleta, carrera, salto… pero no siempre recibía la recompensa que yo creía que merecía. Cuando pasé al instituto me ocurría más de lo mismo, pero algo empezó a cambiar en mí. Alcanzaba las mejores marcas solo en algunas pruebas y conscientemente yo elegía si merecía la pena esforzarse dependiendo de cual fuera. Me esforzaba en las que sí me gustaban y con las que yo disfrutaba más, pero en las que no, terminaba relajándome y no intentaba alcanzar una marca excelente. Me di cuenta de que si el esfuerzo físico no me hacía disfrutar o me recompensaba de alguna forma, no me interesaba sufrir.


Hoy en día me sucede algo parecido, ya con otra visión de la vida por supuesto. Después de dos años de maternidad he vuelto a hacer deporte con las chicas. Aerobic, combat, bailes… Me encanta, lo disfruto mucho porque forma parte de mí. Obviamente, no soy la misma (las que habéis sido mamás me entendéis) y a parte de ese parón pierdes bastantes cualidades. Pero he descubierto la clave en disfrutar de este tipo de ejercicios que no son de competición ni de equipo: la música. La música hace que casi me olvide que estoy sufriendo, sudando, con la lengua afuera y roja como un tomate. Me hace disfrutar de cada movimiento al ritmo de esta y la recompensa es que he logrado acabar la rutina deportiva y notarlo en cada uno de mis músculos, aunque al día siguiente estos me lo recuerdan con las agujetas que noto en cada paso.


En una carrera yo nunca he visto a ningún corredor disfrutando mientras corre. Va concentrado en su respiración, en su zancada, en su velocidad, en que su rival no le adelante, de hecho les ves la cara de sufrimiento debido al gran sobreesfuerzo que están realizando, todo por cruzar la meta. Su objetivo es llegar y por fin parar habiendo alcanzado su objetivo. Un corredor de élite día a día se está entrenado, corre, sufre hasta alcanzar las marcas exigidas para poder competir en la carrera más importante del mundo como lo son las olimpiadas.



Salvando las distancias, esto me recuerda a la CARRERA del Evangelio. En el Evangelio siempre estamos en una en una carrera, en el Camino, hasta llegar a la presencia de Dios. Debemos entrenarnos como estos corredores. Dios nos marca objetivos que tenemos que ir alcanzando, nos mete en carreras de obediencia, de fe, de santidad, (métase aquí cada prueba)… En estas sudamos, nos falta el aliento, nos fallan las fuerzas, a veces nos caemos y de vez en cuando nos lesionamos, en definitiva, sufrimos para alcanzar estas marcas. Pero he descubierto una cosa muy importante: Mi música es Cristo. En este entrenamiento diario lo único que puede hacer que disfrute es Su presencia, Su compañía, que me vaya marcando Él el ritmo, que Él me dé el aliento y las fuerzas, que Él me levante y sane mis heridas, que con Su ayuda, mi enemigo no me impida llegar a la meta. Esta es mi esperanza en medio de las pruebas y disfruto cada vez que me recuerda que Él es fiel y verdadero y que con Su presencia acabaré mi carrera con gozo, habiéndole agradado y dándole toda la Gloria.

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