Hace unos cuantos años atrás Dios me hizo pasar por un tiempo de aflicción. Me lo hizo entender con el ejemplo del tratamiento que se le da a la tierra para que dé fruto. Años después, nuevamente me hizo pasar por otro tiempo similar, no tanto de aflicción, sino de no entender lo que estaba pasando que me volvió a recordar ese ejemplo.
Nosotros, los seres humanos, somos como una parcela abandonada llena de hierbajos, matorrales y zarzas que no da fruto. Hasta que un Señor adinerado compra la parcela y empieza a trabajar en ella limpiándola, despedregándola y metiéndole el arado, la abona y nuevamente mete el arado para luego esparcir las semillas y finalmente cosechar el fruto que espera.
Al lado de donde vivo hay tierras donde se siembran trigo y cebada, todos los años veo este proceso, después de varios días la tierra queda tan blanda que puedes meter las manos dentro, cosa que es imposible sin el tratamiento. Algo que no sabía es que la tierra se oxigena cuando es arada, reconozco que cuando Dios habló esto a mi corazón me maravilló y se me salieron las lagrimas de pensar que su arado estaba partiendo mi corazón para oxigenarlo para que diera fruto metiendo sus manos en un corazón blando y no de piedra. Inexplicablemente y sin darme cuenta la aflicción se convirtió en esperanza y la tristeza en alegría.
Hay otra etapa para trabajar la tierra, que me parece que es la que he pasado hace poco tiempo. Después de que la siembra dé su fruto, es necesario dejar que la tierra descanse, este proceso es llamado barbecho y los hay de varios tipos, el corto en los que se deja la tierra sin cultivar por un año, y el largo en el que la tierra se deja por 3 o 4 años sin tratar. Son tiempos en los que parece que la tierra está abandonada. Puedo decir que éste último tiempo ha sido así para mi. Un tiempo en el que no entendía nada de lo que estaba pasando, como si mis antiguos dueños nuevamente se apoderaran de mí, es decir, que volvían a crecer los hierbajos y zarzas sin fruto, que se instalaban los pedruscos y todo tipo de bichos nuevamente dentro de mí, al vivir con exigencia hacia los demás y con un orgullo que no me dejaba ver el tratamiento.
Quiero darle gracias a Dios por Jesucristo, el Señor adinerado que compró mi vida con Su sacrificio en la cruz y trabaja todos los días para cosechar el fruto que Él espera de mí.
Quiero proclamar,
que Dios es bueno y que todo lo que permite en nuestras vidas está bajo Su control;
que si mi Padre trabaja todos los días sin descanso, yo también trabajaré como mi Padre;
que confío en que mi Padre me dará todos los recursos del Cielo para llegar hasta el final;
que deseo sembrarme donde Él me siembre y que encuentre en mi Sus frutos.
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