Un día nacemos y somos totalmente dependientes de nuestros papás. Si nos dejasen solos a esa edad sería imposible que sobreviviésemos. Necesitamos que nos den de comer, que nos limpien… No sabemos cómo pedir las cosas y solamente lloramos.
Vamos creciendo y somos menos dependientes de nuestros padres, comenzamos a ver que podemos elegir nuestra propia manera de hacer las cosas con el propósito de ser felices.
¡Queremos ser felices! ¿Quién no lo querría? Todo ser humano busca constantemente vivir feliz y conforme a ello organiza su vida (estudios, amistades, trabajo, familia, relaciones…).
La verdad es que, si lo piensas, nos sentimos felices cuando estamos satisfechos. Nos pasamos la vida buscando satisfacer nuestro propio corazón. Estudiamos aquello que creemos que nos va hacer sentir bien y realizados. Deseamos un trabajo en donde estemos cómodos, a gusto y nos paguen bien. Unas amistades que nos quieran y que estén dispuestos hacer todo por nosotros. Nos casamos creyendo que al formar un hogar se terminarán nuestros problemas, etc.
Creemos que con todo esto nuestro corazón va estar totalmente satisfecho y contento, pero la realidad es totalmente diferente. Dice la Biblia que el corazón es engañoso más que todas las cosas y perverso. Si examinamos a fondo nuestro corazón nos daremos cuenta de que, aunque queramos hacer bien las cosas, nos equivocamos y mucho. Toda la planificación que hemos hecho en la vida para ser felices no ha sido suficiente. Aún hay un vacío dentro de nuestro corazón que no hemos logrado satisfacerlo con nada.
Hemos sido diseñados a imagen y semejanza de nuestro Creador y el único que puede satisfacer nuestro corazón, y por lo tanto lograr que podamos llegar a ser felices, es solamente Jesucristo. Él es el único que puede llenar nuestra alma por completo.
¿Vas a seguir buscando la felicidad o vas a dejar que Aquel que sí puede satisfacerte, entre en tu corazón?
Jesús dijo una vez: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.”
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