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  • Foto del escritorRebeca Viedma

Estado de alerta

Hace cinco o seis semanas, cuando comenzaron los primeros casos de coronavirus en nuestro país, empezó a darse una reacción social, las personas acudían en masas a los supermercados, llenaban sus carros de manera alarmante, todos ellos se preparaban ante lo que estaba por venir, "El estado de alarma.” Ante la alarma de virus, de enfermedad, de peligro, corremos a tomar medidas previsoras, a prever todo lo posible para enfrentar aquello que se viene anunciando. Esto es bueno, es necesario, y es natural... solo hay un problema que las medidas que tomo no son las adecuadas. No son eficaces para hacer que pueda enfrentar con éxito la dificultad. No es la despensa de casa la que tengo que llenar para poder enfrentar la enfermedad, el temor, la histeria colectiva... es la despensa del alma. Es llenar mi vida con todo aquello que me va a permitir poder afrontar, resistir y permanecer con éxito ante cualquier dificultad que venga, llenar mi vida de fe, esperanza, de palabra de Dios que es el alimento que necesita y convierte el alma.

Mi abuela materna vivió en los tiempos de la posguerra. Yo recuerdo de ella muchas cosas, era alegre, generosa, le encantaba pasar tiempo en familia y charlar… le encantaba charlar. Pero lo mas curioso que recuerdo de ella es que podía tener su despensa llena y seguía comprando para llenarla. Igual tenia dos o tres botes de gel, pero si iba al supermercado compraba otro, podía tener varios litros de aceite, pero compraba más y así llenaba continuamente su despensa, por si acaso. Supongo que la experiencia, la necesidad, los tiempos que le tocó vivir, le enseñaron a vivir en estado de “alerta”.

Necesitamos distinguir los tiempos, porque estamos de verdad en estado de alerta, y no solo por el coronavirus, sino por lo que vivimos en el día a día que es tan nocivo, tan peligroso o tan dañino. Cada día nos enfrentamos a diferentes virus que batallan contra el alma, es una batalla espiritual, pero real. Aunque cierre las puertas de mi casa, están ahí, aunque me aísle del resto, están ahí, cerca, acechando. La envidia, el resentimiento, la amargura… están ahí, en casa, conmigo. Nuestro mayor problema hoy no es el coronavirus, solo que de este problema somos muy conscientes. Necesitamos ser igual de conscientes del daño que hacen otros virus, como se están colando en las casas, en los niños, en los jóvenes, en los colegios… como hay virus de inmoralidad, de temor, de confusión, de violencia, de perversión… estos virus acampan a sus anchas en estos momentos y proliferan de manera alarmante. Están por todos los lados, y destruyen todo lo que tocan. Destruyen las familias, las relaciones, la fe, la esperanza, la pureza… destruyen todo. Si fuésemos mas conscientes del daño que están causando, también correríamos a cerrar nuestras casas, a desinfectar continuamente nuestro ambiente de lo que oímos, de lo que vemos, de lo que vivimos… correríamos a limpiar nuestras vidas y nuestros corazones delante de Dios. Cada día la pornografía, daña miles de jóvenes, adolescentes y niños; la violencia, el maltrato, la rebeldía, a diario destruye en nuestro país vidas, familias y relaciones. El engaño y la infidelidad destruyen de manera violenta hogares. El orgullo, la envidia, el resentimiento cada día enferman vidas hasta la locura y así podríamos seguir con una larga lista que daña, destruye, enferma y mata nuestras vidas. Y que cada día sume nuestra sociedad en la angustia, el temor, la desesperanza y la muerte.

A estas alturas ya, hasta las personas que no creen en Dios se han dado cuenta que necesitamos la intervención de "algo superior" para parar el mal del coronavirus. De la misma manera los virus que matan el alma han causado muchísima mortandad, y esta tan extendido por toda nuestra geografía que solo la intervención de Dios puede librarnos. Dice Dios en su palabra

Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.

Eso es todo lo que necesitamos, el "entonces" de Dios. Que Dios oiga, que Dios nos sane, que Dios nos salve y en su misericordia libre nuestros hogares y nuestras vidas de todo lo que les esta dañando y matando. Porque… ¿De que serviría salvar mi vida del coronavirus, para seguir muerta en mis delitos y pecados? Es tiempo de humillarnos, todavía hay tiempo de convertirnos de nuestros malos caminos, todavía hay tiempo de buscar a Dios.

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