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¡Nunca cambiarás Jimmy!

Foto del escritor: Joel NasarreJoel Nasarre

“Yo te conozco, sé lo que fuiste, lo que eres, no cambiarás, Jimmy el resbalones”. La

afirmación, altiva y honesta, me resultó muy cruel dentro de su contexto. A modo aclaratorio,

decir que no lo escuché en la vida real, solo era una serie. En concreto se trataba de Better call

Saul, spin-off de Breaking bad. Para los que no sepan muy bien de qué estoy hablando resumo

brevemente la trama: Jimmy es un abogado muy peculiar con un turbio pasado que trata de

hacerse un hueco en el derecho. Además, cuida de su hermano mayor, prestigioso letrado

pero que actualmente no ejerce debido a una enfermedad. El protagonista se esfuerza por

atenderlo bien, ya que en el pasado las cosas eran justo al revés: era su hermano quien le

ayudaba, sacándole de apuros legales como timos y estafas (de ahí el apodo Jimmy

“resbalones”). La contundente acusación corresponde al episodio en el que Jimmy descubre

que su hermano ha estado impidiendo que prospere laboralmente. El motivo es sencillo, su

hermano no cree que haya cambiado y considera que es contraproducente que alguien como

él ejerza la abogacía. No sé si fueron conscientes, pero redactando esta línea los guionistas

suscitaron un debate que data tan antiguo como la misma existencia humana: ¿las personas

pueden cambiar?


Esta pregunta ha tratado de ser respondida en innumerables ocasiones, pero a día de hoy hay

opiniones para todos los gustos. Hay quien dice que sí, hay quien dice que no, hay quien

asegura que no se necesita cambio, hay quien acusa a la sociedad de cambiarnos. Por haber,

hay hasta quien, con mucha sinceridad, ni sabe qué responder. Es cierto que todo a nuestro

alrededor parece estar en constante cambio. Las enraizadas costumbres de una generación

pueden ser completamente reemplazadas en la siguiente. Yo soy de la generación de los

ochenta, por lo que muchos de mis recuerdos y aventuras sucedieron en la cultura de los

noventa. De esta forma, he conocido cosas “asombrosas”: la música se escuchaba en el

walkman hasta que llegó el discman, el poder de la laca sostenía curiosos peinados, las

carpetas estudiantiles sufrían la plaga de fotos de grupos musicales, actores y deportistas, etc.

Y por supuesto, lucí aquellos chándales amplios llenos de colores. Sin embargo, hablando de

esto último hace poco mi hijo (para quien resulto ser muy mayor) me preguntó: “papá, ¿por

qué os poníais esos chándales?” A lo que solo pude decir: “no sé, es lo que había.” Todo

nuestro entorno está en constante cambio, pero ¿qué hay de lo que somos? ¿Nuestra esencia

puede cambiar?



Llegados a este punto, a veces me he encontrado con una respuesta: “el ser humano no

necesita cambio.” Observemos: cada vez hay más violencia, por cada noticia buena hay que

escuchar muchas malas, no conseguimos parar la escalada de suicidios, nos encontramos sin

recursos para cambiar el ambiente irrespirable de las aulas, y estos son solo algunos de los

problemas que no estamos pudiendo solucionar. Pero estas cosas están evidenciando la

realidad: necesitamos cambiar, pero no podemos hacerlo. Aunque alteremos nuestros hábitos

y nos ejercitemos en anestesiar nuestra conciencia, siempre seremos “Jimmy resbalones”.

Nos cuesta admitir esta dura verdad. Sin embargo, en el momento en que la admitimos,

cuando cansados de guardar las apariencias asumimos nuestra culpa y dolidos reconocemos

nuestra desesperación, es justo ahí cuando podemos descubrir lo sorprendente: Dios puede

cambiarnos. Es decir, Dios puede alterar la esencia de la naturaleza humana hasta hacer de

nosotros personas completamente nuevas. Pero entonces, ¿por qué no lo hace? Quisiera

responder con otra pregunta: ¿por qué ha de hacerlo? ¿Acaso no le hemos ignorado, dándole

la espalada? Podemos zanjar aquí el debate, creyendo que la idea de un Dios así es solo una

quimera. O podemos hacer algo distinto. Podemos doblegar nuestro orgulloso corazón y

arrepentidos dirigirnos a Él, pidiéndole este cambio.

El año pasado hablé con un hombre de estas cosas. Me preguntó que por qué creía en esto, a

lo que respondí que yo mismo había sido cambiado por Dios. Él contestó: “te creo, porque lo

has vivido”. Y es que cuando clamamos a Dios para que nos cambie, decidiendo así vivir a su

manera, entonces descubrimos no solo lo sorprendente, sino también lo milagroso: Dios lo

hace. Lo ha hecho conmigo. Nadie me lo puede discutir. Para mí, Jimmy solo es un recuerdo del pasado.

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