top of page
Buscar
  • Foto del escritorJoel Nasarre

Planeta Tierra

Soy una persona de números, y como tal de vez en cuando me gusta calcular el tiempo que ha trascurrido desde los distintos eventos de mi vida hasta el presente. Son datos sencillos, como por ejemplo, cuántos años han pasado desde que obtuve el carnet de conducir, cuánto tiempo llevo tocando el saxofón (o por lo menos intentándolo), etc. Aunque para mí es solo una especie de juego, de “pasatiempo mental”, lo cierto es que me da una perspectiva del discurrir de la vida. O, dicho de otra forma, me siento más joven de lo que en realidad soy.


Pero dejando de lado la eterna discusión de quién es joven y quién no, uno de esos cálculos es el siguiente: ¿hace cuánto tiempo que dejé de ser universitario? Es cierto que mis “gloriosos” tiempos universitarios acabaron hace más tiempo del que creía, pero no desvelaré aquí el secreto. Sin embargo, y aunque no echo de menos aquella etapa, a veces pensar en esto me hace rememorar ciertas anécdotas. Una de ellas es la siguiente: debido a la necesidad de cursar ciertos créditos de asignaturas de libre elección (asignaturas que no están relacionadas necesariamente con la carrera en cuestión) acabé matriculándome en una materia llamada Astronomía, ya que era una de las que encajaba en mis horarios. Aunque este hecho no deja de ser algo trivial en mi vida, lo cierto es que aprendí datos que me impactaron. En concreto, del que hoy quiero hablar es del siguiente: de toda la materia del sistema solar, el Sol representa aproximadamente el 99,85%. Es decir, si concentrásemos toda la materia del sistema solar (el Sol, los planetas, etc.) descubriríamos que solo queda un 0,15% para lo que no es el Sol. Y de ese 0,15% la “palma” se la lleva Júpiter. Es decir, el planeta Tierra queda relegado a un vergonzoso lugar. Y esto solo comparándolo con el sistema al que pertenece. Cuando escuché esto por primera vez, para mí significó un toque de realismo en cuanto al lugar que ocupamos en el Universo.




Estos datos podrían quedar en una simple curiosidad. Sin embargo, lo llamativo de todo esto es que en cada uno de nosotros hay una peculiar tendencia: sentirnos el centro. ¿A qué me estoy refiriendo? A que damos por hecho que tenemos que vivir nuestra vida como si todo girara en torno a ella. Familia, trabajo, relaciones, o cualquier otra cosa nos debe servicio, por lo que tiene que ser útil para lo que queremos conseguir. De esta forma, cada uno somos el centro de nuestro propio universo, provocando así múltiples colisiones entre nosotros. De ahí que surjan problemas como el rencor, la ruptura de relaciones, el odio, el resentimiento, etc. Pero lo grave del asunto es que damos por hecho que este egoísmo es normal. Esto nos lleva a tener un comportamiento más cercano a “agujero negro” que a “planeta Tierra”.

Sin embargo, existe una alternativa cuyo primer paso es reconocer nuestra pequeñez. Y aquí es donde nuestro egoísmo se revuelve y esgrime sus razones: “si lo haces te pisotearán”, “tú vales mucho más”, “tienes que aumentar tu amor propio”, etc. Si solo nos quedamos en la realidad de nuestra insignificancia volveremos al agujero negro. No obstante, esta otra opción no consiste exclusivamente en admitir que no somos el centro, sino que conlleva también volvernos a Aquel a quien hemos dado la espalda y quien es el verdadero centro de todo. Sí, hablo de Dios. Y no nos engañemos, en este punto nuestro “gran yo” nuevamente se revuelve, e incluso lo hace con más fuerza, ofendido ante la idea de que otro ocupe nuestro centro. Pero tengo que decir que cuando nos doblegamos ante Dios, cuando decidimos dejar de luchar contra Él, cuando empezamos a tenerlo en cuenta en nuestro vivir diario, es decir, cuando Él se convierte en nuestro centro y nosotros orbitamos alrededor suya, descubrimos lo inimaginable. ¿Y qué es? Que el gran amor del gran Dios se ha concentrado sobre nosotros, que para Él somos especiales. Esto nos introduce en una vida que no se puede conocer hasta que se empieza a vivir y que está muy por encima de la triste vida egoísta que hemos normalizado.

Podemos creer que esto es solo una fábula, un cuento de entre tantos. Estoy dispuesto a reconocer que para dar este paso se requiere un salto de fe. No lo negaré. Pero yo lo di. ¿Cuál es mi conclusión? Solo diré dos cosas: amo la vida en la que Dios es mi centro, y me encanta ser el “planeta Tierra”.


485 visualizaciones5 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page