He sido madre hace poco por primera vez y como toda madre experimentada sabe, las primerizas somos un peligro de “consumismo” obsesivo y en muchos casos inútil. Todas las madres partimos de que queremos que nuestro recién llegado tenga lo mejor que podamos darle, lo más seguro, lo más cómodo, lo más bonito y por eso empleamos horas y horas en buscar el mejor cochecito, la silla de coche más segura, con un largo etcétera. En muchos casos esto resulta en acumular multitud de cachivaches que después sólo usamos una vez y se quedan almacenados “por si acaso”. Pero todo este tiempo de preparación, me hace pensar, salvando las distancias, en el cuidado que ha tenido nuestro Padre celestial en preparar nuestra llegada a la nueva vida que nos ha regalado. Jesús dijo antes de morir por nosotros y ascender al cielo, que “iba a preparar una morada celestial para nosotros” y que mientras estuviésemos en este mundo había preparado de antemano unas obras para que anduviésemos en ellas.
¡Con cuánto cuidado Dios ha planeado nuestra vida en Él!
con cuanto cuidado no habrá cuidado cada detalle, desde esas grandes decisiones, como puede ser qué estudiaré, a qué me dedicaré, el hombre o la mujer con la que me casaré, los hijos que tendré, a aquellas tan pequeñas como puede ser cómo me vestiré o a dónde viajaré, Dios ha planeado con mimo y cuidado cada detalle de mi vida con Él, y a diferencia de mi preparación para el bebé, nada de lo que ha preparado es inútil o innecesario, todo lo que ha planeado, ya sean los momentos de suma alegría o aquellos de dolor tiene un propósito único, bueno y perfecto. Por eso, tiene que ser tan doloroso para Dios y tan perjudicial para mi cada vez que decido ignorar o despreciar su plan cuidadosamente preparado para mi. No quiero ser la mayor necia al ignorar su Plan, ni una arrogante al despreciarlo, quiero que mi vida discurra por el cauce tan delicadamente preparado por mi Padre, porque no puede haber mejor destino que cumplir sus propósitos y un día llegar a esa morada celestial ya preparada.
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