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  • Foto del escritorPablo Paredes

Un nuevo corazón

Vengo de un país con un índice muy alto de violencia y con mucha pobreza. En mi casa había mucha necesidad de todo tipo, necesidad de padre, necesidad de orden, necesidad económica… De alguna manera he crecido en un entorno en el que todo lo que me rodeaba estaba lleno de necesidad. Fui creciendo y la maldad y la violencia crecían conmigo, no solo la de mi entorno, la mía propia también. Desde pequeño en lo profundo de mí pensaba que si hubiese tenido otro ambiente, toda la maldad que salía de mí no existiría. Así que mi objetivo era intentar cambiar esa realidad. Aprendí un oficio, conseguí un trabajo, empecé a manejar un poco de economía… más o menos se estaban cubriendo mis necesidades, y cuando no, lo aparentaba. Pero lejos de mejorar lo que salía de mi corazón, iba a peor. La violencia, la mentira, la desazón cada vez eran mayores. La vida se me fue complicando, hasta que toqué fondo. Consumía, no tenía limites, lo que había en mi corazón salía a borbotones hacia afuera hasta convertirme en un miserable. Mi maldad y mi desvarío eran evidentes y cada vez mayores. Intentaba, como la mujer samaritana, saciar mi sed con todo lo que encontraba en el camino, hasta que Dios salió a mi encuentro y me dio un nuevo corazón.


Hoy es el día que Dios me ha salvado, me ha restaurado, me ha dado dignidad, visión y una preciosa familia. Me ha cubierto de todo lo que necesito. Tengo tres hijos a los que nos les falta de nada. Su infancia no tiene nada que ver con la mía, han nacido en un hogar estable por la gracia de Dios, son amados, van a un colegio precioso, no conozco otro mejor, tienen unos profesores excepcionales, son buenos estudiantes, pertenecen a una iglesia preciosa donde la visión de Dios y su palabra abundan, a nivel material tienen más de lo que necesitan, tienen todas sus necesidades cubiertas... pero tiene la misma necesidad de convertirse que tuve yo. Como el joven rico a pesar de tenerlo todo, necesitan un encuentro con su Salvador. No se si te ves identificado con el joven rico o con la mujer samaritana, dos casos tan diferentes y tan parecidos. La mujer samaritana, un ejemplo de fracaso tras fracaso, de beber de muchas fuentes y no conseguir saciar su sed. El joven rico, un muchacho ejemplar a ojos de la sociedad, que se esforzaba en todo, pero que le falta una cosa, amar a Dios sobre todas las cosas, que Dios fuera su Dios, tenía de todo y Dios solo era una cosa más. Los dos con realidades muy diferentes, y con una misma necesidad… necesitaban un nuevo corazón.


Dios no mira lo que mira el hombre, no mira la fachada, mira la raíz. El egoísmo, la envidia, la violencia, la doblez, la desobediencia… La semilla de la maldad está en todo corazón humano, y seguro que has podido saborear la tuya propia. Esta semilla empieza como algo pequeño, tan pequeño como un bebe, y crece hasta arruinarnos la vida. No depende de las circunstancias, estas solo propician que la semilla crezca más o menos rápido, pero la semilla está y tarde o temprano dará su fruto, un fruto amargo. Estamos rodeados de recursos y falsas soluciones para quitar el fruto de esta semilla. Nuestra sociedad está llena de personas acudiendo a especialistas para poder cambiar este fruto, para poder quitar la ira que sale de sus corazones, o tomando pastillas para paliar la tristeza que les conduce a la depresión, o intentando quitar la amargura que trae el resentimiento y la envidia… podemos seguir bebiendo de estas fuentes, pero no saciaran nuestra sed. Todo lo que necesitamos es un nuevo corazón, con una nueva semilla y Dios deseando dárnoslo. Dios ha enviado a su hijo Jesucristo, para darnos una fuente verdadera, solo tenemos que acudir a El.


Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros y quitare de vuestra

carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.

Ezequiel 36;26

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