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  • Foto del escritorSara Irigoyen

ÉL ES LA VERDAD

-¿Cómo puedes creer que yo, tu madre que te quiere, que te dedica tiempo y amor constantemente, que me ocupo de que tengas lo necesario para comer, jugar, vestirte, que me ocupo de enseñarte y además sabes que te quiero mucho, voy a mentirte?”


y el niño contestó:


-Bueno podrías confundirte y yo creía que…

La siguiente frase de la madre fue:


-Creo que el problema es que no te fías de mí.


Una de estas noches he tenido una de esas conversaciones trascendentales con mi hijo de 5 años. La pregunta que yo le planteaba y he parafraseado en el párrafo anterior ha hecho eco en mi corazón, porque ha apuntado directamente a mí y ha descubierto la ruindad de mi corazón. La conversación, tenía su por qué en varios episodios recientes en los que mi hijo no se había fiado de mí, en uno de ellos concretamente estaba convencido de que no había sido sincera con él respecto a la página en la que empezaba el cuento de aquella noche. Esto le llevo a cogérmelo bruscamente de las manos y buscar el principio del libro por su cuenta, descubriendo para su asombro que él se había equivocado y que yo sí había sido sincera con él. La conversación nos llevó al punto que reflejaba la realidad de su vida... y la realidad de la mía. Porque en aquellos momentos se estaba fiando más de su propio criterio que del de su madre que tiene unos cuantos años más de experiencia y busca lo mejor que puede su bien. Y esto me llevó a decirle:


-¿No crees que es muy triste que te fíes más de tu propia opinión que de lo que te dice tu madre que es mayor y te quiere mucho?


Esa pregunta se quedó haciendo eco en mi propio corazón. ¿Cómo puedo permitirme desconfiar de Dios cuando se presenta una situación inesperada, cuando las órdenes que me da me vienen grandes, cuando no consigo entender el por qué de lo que me está pidiendo y tantas otras situaciones?. ¿Acaso Jesús no murió por mí en aquella cruz y me rescató?, ¿No se ha ocupado de buscar mi bien sin descanso?, ¿No ha sido fiel cuando yo le he fallado?, ¿No me ha dado siempre todo lo que necesito y me ha guiado sin fallar ni una sola vez?


Creo que tengo una peligrosa tendencia a ponerme en el mismo lugar de autoridad que únicamente puede ocupar Dios en mi vida, a razonar sus órdenes, sus verdades inmutables y sus caminos incomprensibles para mí. Sin embargo, la verdad es que yo soy pequeña y Él es Grande, el único que debe ocupar el lugar de autoridad, y si realmente busco lo bueno, mi papel es obedecerle fiándome plenamente de Él. ¿Acaso no es ruin (desleal, innoble, indigno) de mi parte poner en tela de juicio sus planes siendo que no hay mayor sabiduría que la suya, mayor poder que el suyo ni mayor amor que el suyo por mí? Si volviendo al ejemplo de mi hijo parece absurdo su criterio de fiarse más de su opinión respecto a cuestiones sencillas de la vida que de la mía, cuánto más no es absurda la comparación respecto a Dios.


Cuanto más camino junto a Dios y descubro el amor profundo que tiene por mí, más me horroriza esa desviada tendencia de mi corazón a dudar de Él o a pensar que mi opinión tiene algo que juzgar sobre la suya. Este mundo lo puede llamar pensamiento crítico, pero yo lo llamo ruindad, porque aquello que viene de Dios es verdad siempre, puesto que ÉL ES LA VERDAD.

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